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tegen á los hombres, cuando uno interpreta mal sus órdenes, aunque sea sin querer, se desatan en rabia y pegan a veces golpes feroces.

No fué, pues, sin cierta emoción cómo empezó Nataniel, esa noche, á pulsar la guitarra. Filomena había acostado á los chicos, y sin dejar de cebar mate, para ocultar su ansiedad, esperaba que se decidiera el cantor; pero éste no parecía tener mayor apuro, pues no hacía sino preludiar, sin que soltase un verso. Algo impaciente ya, la mujer le insinuó que pidiera un corte de vestido para ella ó alguna ropa para los nenes; y Nataniel formuló la demanda, no sin pedirle disculpa al grillo por la mucha osadía.

No había acabado de bordonear la guitarra acompañando el último verso, cuando apareció en la mesa un atadito muy bien hecho, que contenía todo lo que había deseado la mujer y algo más, quizá, para ella y para las criaturas. Don Nataniel, cada vez más agradecido al grillo, le cantó una décima tan linda, que el grillo le contestó con el más sentido serrucheo de que era capaz; y pensando el cantor que fuera esto una invitación á seguir pidiendo, pidió no más; y cuando estuvo por irse á acostar, tenía más prendas de vestir que las que, en toda su vida, hubiese gastado. Nada le faltaba: botas y sombrero, chiripá y poncho de paño, camisetas y blusas, tirador y pañuelo de seda, y cuchillo con cabo torneado y rebenque talero. Su recado se había completado con algunas prendas que le faltaban, y podía competir con los mejores del pago, pues no se le habían mezquinado los adornos de plata. Doña Filomena, por su parte, de vez en cuando, le había hecho alguna indicación interesada, consiguiendo para sí y para los chicos todas las riquezas que su raquítica imaginación -