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contentar con un poco de mazamorra. Nataniel, algo malhumorado, se acordó que quizá podría pedir al grillo con la guitarra algo que asegurase para siempre la manutención de la familia; y se largó con una canción que significaba, en el fondo, su deseo de tener una majada que cuidar, para tener siempre el puchero seguro; pero, por las dudas, la hizo tan alambicada, que quizá no la pudo entender el grillo en el acto, pues esa noche se fué Nataniel á dormir sin haber oído balar las ovejas que esperaba.

—Se nos está enojado el grillo—dijo él & Filomena.

1 1 Y Filomena le contestó:

—Por voraces, será—y quedaron avergonzados y tristes.

Se equivocaban, pues el día siguiente, recibieron la visita de un estanciero vecino que les venía á ofrecer una majada al tercio. Mientras hablaba, sentado con ellos en el rancho y tomando mate, cantó el grillo, como aconsejando. Pronto fué hecho el trato; y bendiciendo á su geniecillo protector, Nataniel, después de cenar, agotó en su honor todas las alabanzas que en sus cantos se le pudieron ocurrir.

Un bienestar relativo fué la consecuencia inmediata del arreglo con el estanciero; nunca faltaba la carne ya en la pobre morada; y sin tener que importunar al grillo, lo que siempre temía Nataniel, no faltaba tampoco ni la yerba, ni el azúcar, ni el tabaco.

Solamente cuando llegó el invierno, doña Filomena, al tiritar ella de frío, y al ver tiritar á las criaturas, insistió con su marido para que cantase alguna décima de las de pedir», como decía ella.

Nataniel, que bien sabía que, una vez desconta-