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viriles faenas conservan la salud al cuerpo y dan al alma la quietud.

Desgraciadamente, el afán de tener más y más, ese gusano destructor de toda felicidad, siempre vivo en el corazón humano, no estaba más que dormido en el de ellos.

Llegó un día en que no se contentaron con la abundancia, quisieron la opulencia; les pareció poco el ser respetados y queridos, pensaron en ser los primeros.

Una tarde, al ver cruzar por el campo el break de un gran estanciero vecino, tirado por soberbios caballos, lleno de señoras que lucían elegantes y lujosos trajes de viaje, Filomena se sintió, por primera vez, herida por la envidia. Llamó á su marido, y toda enojada, le dijo:

—¿Será más que nosotros esa gente, que ni nos mira siquiera? ¿Por qué dejas que tengan más campo que nosotros, cuando, con sólo pedirlo al grillo, podríamos seguramente ser más ricos que ellos? Tan ¡ orgullosas que son esas mujeres, con sus gorras emplumadas!—agregó entre dientes.

Y la verdad es que lo que más le dolía á Filomena, inconscientemente sin duda, era ver que otras llevaban adornos que á ella le parecían prohibidos, á pesar de haber podido comprarlos también, si hubiera querido. Era que por instinto sentía que á su facha de paisana tosca hubiera sentado una de esas gorras emplumadas lo mismo que á Nataniel un sombrero de copa, y esto le causaba una rabia capaz de hacerla despreciar todos los favores de que se habían visto colmados.

Nataniel no estaba muy convencido de la necesidad de tener más bienes. Su felicidad le seguía pareciendo suficiente, y no pensaba que pudiera ser ma-