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yor, aun teniendo más tierra y más haciendas; se resistió pues á las exigencias de su mujer; pero tanto lo fastidió ella, que, para conseguir la paz, tomó la guitarra y se dispuso á cantar.

En este mismo momento cantó el grillo, como aconsejando, y su canto, esa noche, parecía triste y melancólico, como si alguna desgracia le estuviera por suceder. También al preludiar, le pareció á Nataniel algo ronca la guitarra, y casi estuvo á punto de volverla á colgar. Pero Filomena no le dejó, y Nataniel, para probar las atenciones del grillo, acordándose que le faltaba una carona para el recado, se la pidió. Apareció en seguida la carona. Alentado por el resultado, quiso entonces soltar de golpe, para que el susto fuese corto, toda la tropilla de pedidos, que en su cabeza había estado entablando, y, en versos rápidos, empezó á pedir campos extensos y numerosas haciendas y un palacio lujosamente amueblado y casa en la ciudad y los pesos por millones y coches y servidores y esto y lo otro, y hubiese seguido algún tiempo todavía, quizá, si de repente no se hubieran cortado todas las cuerdas de la guitarra, menos una, rajándose también lastimosamente la caja.

Se quedaron los esposos tullidos como por un rayo.

Al cabo de un gran rato, se levantó despacio Nataniel, y en puntillas, como para no despertar la mala suerte, fué á colgar en su sitio la descuajaringada guitarra. Y cantó el grillo, como si llorase.

Pasaron sin novedad algunos días, y como no podía Nataniel vivir sin cantar, trató de componer el instrumento con cuerdas compradas en la pulpería, pero casi no sonaban, y tuvo, para poder hacer música, que comprar una guitarra nueva.

Quedó tristemente colgada, durante mucho tiem-