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po, la guitarra encantada, sin prestar á su dueño más beneficio que hacerle recordar su imprudencia; hasta que un día, habiéndose arriesgado á pedir al grillo, acompañándose con la única cuerda que le había quedado, un pequeño servicio, pudo comprobar que todavía sus deseos, con tal que fuesen moderados, podrían quedar cumplidos. Pero el mismo estado precario del instrumento claramente le indicaba que cualquier desliz le sería fatal.

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