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ripá nuevito—y le lastimó horriblemente la mano que no podía sacar de la rendija.

Duró muy poco por suerte la función, y de repente desaparecieron como pesadilla el gato, la puerta, el rancho y todo, quedando Nicolás con la mano deshecha por la apretadura y por el gato.

Cuando le preguntaron Sandalio y Vicente lo que tenía en la mano, por tenerla así envuelta, dijo que se había quemado con el lazo, al disparar una yegua que tenía enlazada de á pie. Y agregó:

—Y siento mucho haber tenido que venirme, pues estaba en este puesto de que nos habló Vicente, como un conde: bien mantenido, bien pagado y sin nada que hacer casi.

Así hablaba él por no dar su brazo á torcer y para inspirarles envidia; pero más o menos suponían ellos lo que le había podido haber pasado.

Unicamente Pascual, un haragán y comilón sin igual, que también había oído lo que contara Nicolás, pensó que para él no dejaría de ser ganga una colocación tan buena buen sueldo, buena comida y casi nada que hacer, esto pocas veces se encuentra, y con las indicaciones que riéndose entre sí, le dió Nicolás, rumbeó para el rancho.

Por el camino encontró á un hombre que araba y como se le había disparado un caballo, le pidió, ya que iba montado, tuviese la bondad de traérselo. Pascual se hizo el sordo y pasó.

Un poco más lejos se encontró con unos vascos que curaban de la sarna una majada y que le pidieron les ayudase á encerrar una chiquerada, ya que estaba allí. Pero Pascual les contestó que iba de prisa y se fué.

Otros que estaban cerdeando unas yeguas, tam.