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bién le pidieron una manita, porque eran pocos y querían acabar; pero Pascual dijo que su caballo estaba cansado y los dejó.

Y lo mismo hizo con otros que para hacer un pequeño aparte le rogaron que les atajase el rodeo un rato.

Llego por fin al rancho, donde todo estaba como se lo había pintado su amigo Nicolás. Pero cerca del palenque vió una pieza dispuesta como para forasteros, con la puerta abierta, un fogón con leña lista, bancos, una pava, un mate, hierba, etc., y hasta vió que colgaba del techo medio capón gordo. Y pensó que antes de conchabarse siempre podría aprovechar todo esto y comer de arriba.

Después de atar el caballo, iba hacia la pieza cuando sintió que la mujer que cosía, desde el rancho cantaba :

—Quien no trabaja no come; el haragán, ¡ que se embrome!

Se paró, porque le pareció indirecta, pero estaba ya muy cerca de la pieza para echarse atrás y quiso entrar; cuatro perros bravísimos al sentirlo, se le echaron encima, destrozándole la ropa y también un poco la carne, y lo corrieron hasta que saltó en su caballo y disparó. Cuando ya muy lejos se dió vuelta y miró, no quedaba ni rastro de las poblaciones, ni tampoco de la gente que á la venida había encontrado apartando, cerdeando, curando y arando.

Se quedó muy admirado el hombre y se fué cavilando hasta la querencia, repitiendo á cada rato:

—Pero, mire¡ qué cosa !... ¡Qué cosa !

Tanto que su compañero Hipólito, cuatrero de oficio, quiso saber cuál era esa cosa que tan preocupado lo tenía. Y Pascual, no queriendo, por supuesto,