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confesar lo que le había pasado, le salió con media mentira, diciéndole que en un puesto nuevo, ubicado en tal parte—y le indicó con prolijidad el paraje—había visto una hacienda tan gorda, tan mansa y tan fácil de arrear, aun de día, por lo mal cuidada, que nunca había visto cosa igual.

Hipólito le propuso ir los dos á pegar malón; pero Pascual pretextó estar medio indispuesto, lo que no era del todo falso, y le aconsejó que fuese solo, que no había peligro.

Hipólito se decidió. Fué de día á inspeccionar el campo y la hacienda y salió exacto todo lo que le había contado Pascual sobre el puesto y su ubicación y sobre la mujer sola y sobre los animales tan mansos que sólo al grito se arrollaban y marchaban.

Se dejó estar escondido entre el pajonal hasta que fué de noche cerrada, dirigiéndose entonces hacia los animales en que se había fijado. Los encontró fácilmente y como todos estaban con la cara al viento y que justamente soplaba éste de donde pensaba llevarlos, se puso detrás de ellos y amontonándolos en un prupo, gritó: «¡ fuera buey ! Pero en el acto sintió el tropel de los novillos que dándose vuelta se le venían encima con bufidos de enojo, y vió relucir frente á sí tantas luces fulgurantes como tenían de ojos entre todos. Presa de un espanto sin igual, echó á galopar, castigando el mancarrón con furia, y galopó derecho no más, leguas y leguas, atravesando lomas y cañadones, tropezando en las vizcacheras, castigando, espoleando, loco. Y cada vez que se animaba á deslizar una mirada para atrás, veía las luces fulgurantes, sentía los bufidos, oía el terrible tropel; y sólo cuando salió el lucero le pareció que ya habían dejado de seguirlo.

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