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Pocos hombres había tan baqueanos como él; y asimismo quedó extraviado más de quince días, pasando mil miserias, antes de volver á sus pagos. Le que no impidió que una vez que estaban todos juntos Sandalio el bandido, con Vicente el borracho y Nicolás el atrevido, Pascual el haragán y él, Hipólito, el cuatrero, contó que se había llevado de aquel campo una gran punta de hacienda muy buena y que en estancia tan mal atendida se podían hacer muy provechosos negocios. Y cada cual ponderó á su turno lo bueno que era allá el campo, lo gorda que estaba la hacienda y los numerosos que eran los rodeos, y lo buena y hospitalaria que era la gente, y así mil mentiras á cual más grande.

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No había, fuera de ellos mismos, más auditorio que Inocencio, un buen muchacho, trabajador, hábil, honrado, discreto y sin vicios, que por casualidad andaba por allí buscando conchabo. No conocía á esos gauchos que tanto hablaban del rancho aquél, y creyó que decían la verdad. Les preguntó si pensaban que necesitaran peones allá, y en el acto le dijeron que sí; se hizo indicar por ellos dónde era y se fué.

Con un poco de atención hubiera podido ver á los compañeros sonreirse de la confianza con que iba en busca creía cada uno de ellos de algún nuevo chasco.

Inocencio, por el camino, encontró al hombre que araba y que le pidió varios servicios; gustoso se los prestó. También ayudó á los que estaban cerdeando yeguas y á los vascos que curaban la majada y tampoco se negó á atajar el rodeo para facilitar á los apartadores su trabajo.

Cuando llegó cerca del rancho nuevo, vió encerrada en el corral una majada muy linda que parecía es-