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que habían sido salpicadas las ovejas de la vieja,—presa de un sentimiento hasta entonces desconocido; sintió que necesitaba, pero con ansia, así, de golpe, querer y ser querido. Mientras crecía en él ese apremiante anhelo y lo invadía todo, divisó á la muchacha que venía hacia él al galope; y cuando llegó á su lado creyó ver en ella el alivio ofrecido á su pena. Cruzaron ambos miradas ardientes, mientras explicaba la joven, bastante turbada y sin saber muy bien lo que decía, sin que tampoco, por lo demás, la entendiera muy bien Demetrio, cómo ella se había descuidado y cómo venía á pedir disculpa y aparte.

Demetrio, más turbado que ella, la invitó á pasar para las casas, mientras se encerraban las majadas, y ordenó al capataz que allí estaba que trajese mate. El capataz no se lo hizo decir dos veces, pues era joven, soltero y buen mozo, y no le disgustaba la ocasión de rozarse con una muchacha interesante. Alcanzó el primer mate á la niña, quien aprovechó la ocasión para echar en él, con todo disimulo, al devolvérselo, algunas gotas del filtro preparado por la madre, pensando rematar así la victoria ya casi lograda. Pero en el momento en que volvía el capataz con el mate para ofrecérselo á Demetrio, abrió la puerta don Prudencio y llamó al joven con tal tono de imperioso apuro, que éste no pudo vacilar en obedecer y salió, excusándose con la muchacha é indicando al capataz que aprovechara él el mate servido.

La niña se quería morir y se retorcía, agitada en la silla, impotente para impedir la catástrofe que amenazaba sus amores; y vió al capataz tomando delante de ella el mate preparado para acabar de enamorar á Demetrio. Lo miraba con terrible inquietud, sabedora de la eficacia de los filtros maternos, y efec-