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tivamente, antes de haber agotado el mate, el capataz estaba á sus pies, declarándola su irresistible amor.

Demetrio volvió en este mismo instante y como si el hechizo que sufriera, victoriosamente combatido ya por los argumentos de don Prudencio, no precisara más que el inesperado espectáculo del capataz enamorado para quedar del todo destruído, miró desdeñosamente á ambos y les ordenó que se retirasen de su vista.

Anonadada por semejante desgracia, la muchacha se fué, sostenida por su improvisado amante, quien la llevó á su casa y la entregó á la madre, pero no sin llevarse la promesa de que serían admitidas sus visitas.

A falta del patrón, más vale, pensó la vieja, el capataz que un peón, y ya que por el efecto del filtro que había tomado, estaba tan embelesado, no había más que aprovechar la ocasión y casarlos. Y así fué; pero, como madre engañada y bruja burlada, juró vengarse.

Y se lo hizo jurar dos veces su hija, cuando algún tiempo después supo que Demetrio se había casado con una sobrina de don Prudencio.

No hubo día desde entonces que no salieran por el agujero del techo de paja, en el rancho de la vieja, humaredas sospechosas: espesas y negras como nubes de tormenta, o transparentes y azuladas como rocío matutino, coloradas como una puesta de sol en día de viento, ó amarillentas como nubarrón preñado de granizo; con olor á azufre á veces, y otras de perfume penetrante.

Y pronto se dejaron sentir en la vecindad los terribles efectos de las brujerías de la vieja, pagando más de un inocente los platos rotos y sufriendo de-