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sastres, sin haber tenido en ellas arte ni parte, por las contrariedades amorosas de su hija. Hubo quemazones terribles, mundaciones devastadoras, invasiones de mosquitos, gegenes y tábanos que arruinaron las haciendas, seguidas de epizootias que las diezmaron; pero Demetrio, gracias a las medidas salvadoras oportunamente tomadas por don Prudencio, pudo evitar que el fuego penetrase en su campo y que el agua quedase estancada en él; sus haciendas, vacunadas con tiempo, no se enfermaron y pudo aprovechar de que sólo su campo hubiese quedado en buen estado para comprar á vil precio las haciendas enflaquecidas de sus vecinos y ganar mucho dinero.

La bruja casi reventó de ira al ver que ninguno de sus maleficios lo había alcanzado. En un arranque de rabia, volcó al patio todo lo que todavía quedaba en las ollas, pavas, latas ó tachos, en que había estado preparando su diabólica cocina; y durante un mes, no pudo pasar nadie, por el mal olor que despedían esos residuos á una legua en contorno. Pero ahí encontró su propio castigo, pues todas las plagas producidas por sus maleficios se desencadenaron entonces con tal fuerza, en el campito que ocupaba y en su hacienda que, á los pocos días, quedó todo quemado ó anegado; y los animales, arruinados por los mosquitos y presa de las enfermedades más variadas, dejaron sus osamentas, perdidas con cuero y todo, en un abrojal impenetrable.

Por supuesto, todo lo achacaba á su contrario don Prudencio, á quien trataba de brujo infame, que en vez de mostrarse buen compañero con los colegas, les impedía que aprovecharan su trabajo; hasta que acabó por encontrar un medio sencillo y terrible para vengarse.