Página:Las veladas del tropero (1919).pdf/36

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 32 —

La noche se había vuelto muy obscura, cuando de repente oyó un rumor de arreo que se iba acercando al sitio donde había tendido la cama. Lo que en seguida extrañó, era que parecía venir el arreo sin ese clamoreo peculiar que siempre, siquiera á ratos, tiene que acompañar la marcha de los animales para avivarla, enderezar algún porfiado, ó apurar un rezagado, y hace que los habitantes de los ranchos cercanos, entretenidos en tomar mate, mientras chisporrotea el asado, enderecen las caras iluminadas por la llama rojiza del fogón, y digan, estirando los pescuezos:

— —Está pasando una tropa.

La tropa que estaba viniendo, apurada sin ruido de voces, sólo hacía retumbar el suelo con su pisoteo.

Sintió Ignacio que pasaba cerquita de él; que eran ovejas, unas quinientas, más o menos, por el bulto, y que los tres hombres que las arreaban, dejándolas resollar un momento, se apeaban á un metro apenas de donde estaba él acostado. Extrañaba que no les hubiera llamado la atención la presencia de su caballo, atado entre las pajas, y sintió bastante inquietud al verse tan cerca de tres desconocidos, de ocupación tan sospechosa.

Pronto su inquietud aumentó al oir la conversación de estos hombres.

—Vamos bien—dijo uno ;—antes de que aclare estaremos en mi campo.

Ignacio quedó frío al conocer esta voz por la de un estanciero que gozaba de consideración y en casa de quien él había trabajado muchas veces.

—¿De qué te ríes, Antonio?—agregó.

—De la cara de don Salustiano, cuando vea que le faltan una punta de animales—contestó Antonio.