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sabe por qué cae. Déjese de historias, que son inútiles. Usted, lo mismo que nosotros, quedó encerrado en la trampa y el que no encuentra la tranquera para salir, es que tiene alguna deuda que pagar... y la paga.

—¡A ver, el cuchillo!—dijo el capataz, con una guiñada.

—¡Hombre! no tengo —contestó Celedonio;—¿no se lo dije?

—¿Y ese cabo que le sale de la cintura?

—Se me quebró la hoja.

—¿Quiere que le diga cómo?—y como Celedonio se callaba, el otro le contó punto por punto de qué manera había quebrado el cuchillo.

—¡Si á todos nos ha pasado igual, hombre! menos á éste—y designó á uno de los compañeros,—porque él había entrado de á pie, por encima del alambrado, dejando el caballo del otro lado. Es que quería agarrar un capón. en la rinconada, y cuando quiso volver á salir, no pudo; el alambrado se había vuelto de veinte metros de alto y lleno de púas; tampoco pudo pasar entre los alambres, pues metió la cabeza y se volvieron los hilos tan tirantes, que no la pudo sacar: allí quedó preso hasta que vino el viejo, y... lo conchabó.

Celedonio no dejaba de estar muy inquieto, y trató de indagar ciertos detalles sobre don Cornelio y su modo de ser; pero no pudo saber gran cosa, sino que el que quedaba conchabado en la estancia, tenía que salir buen peón á la fuerza y acostumbrado al trabajo. Supo también que tres de los compañeros habían entrado en el alambrado, cortándolo con la mayor facilidad, para sacar robadas una punta de vacas, y que no habiendo podido salir, habían te-