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para hacerla. Pasó una porción de días domando, rondando, cuidando, como en la vida lo había hecho, y se tuvo que dar maña para hacer un trabajo bueno, pues don Cornelio, á cada rato, estaba encima de sus hombres, mirándolo á uno de tal modo, cuando el trabajo no estaba del todo á su gusto, que pocas ganas le dejaba de llegar á merecer un reto formal.

El día que había entrado Celedonio á trabajar en el alambrado de don Cornelio, éste, no necesitando más al que había querido robarle un capón, lo había despachado. El hombre no se lo hizo decir dos veces, y con el mismo caballo que tenía atado fuera del alambrado, cuando lo pillaron y que había entrado en el cerco—nunca supo cómo,—se fué hasta la tranquera que le indicó don Cornelio, y salió del campo, disparando.

Días después, cayó otro parroquiano que iba arreando, solito, entre los. cañadones, una puntita de ovejas que se había cortado por allá y que resultaron, por supuesto, de la señal de don Cornelio. Este despachó entonces al hacendado que carneaba de noche, y que por la misma tranquera que el anterior se fué para su casa, donde encontró á toda su familia desconsolada por su ausencia, y su hacienda bastante mermada, como bien lo suponía.

Celedonio, cuando salió ése, se fijó bien en la ubicación de la tranquera que le indicó don Cornelio, y á la siesta, rumbeó, sin decir nada, hacia ella. La vió abierta de par en par—el otro no iba á tomar, naturalmente, el trabajo de cerrarla.—Se acercó despacio á ella y de repente espoleó el caballo y se lanzó al galope para salir del alambrado; pero al llegar á la tranquera, se cerró ésta tan ligero y tan bruscamente, que el pobre Celedonio recibió un tremendo