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el umbral, no podían resistir las ganas de mirar á don Eufemio, y como si una mirada atrajese la otra, se encontraban con su ojito risueño y burlón fijo en los suyos, de tal modo penetrante, que ya bajando la vista, tartamudeaban una excusa:

—Caramba, me iba sin pagar; ó pedían :

—Deme otra copa.

Y mansitos, se volvían á acercar al mostrador con la platita en la mano.

Uno quiso hacerse el fuerte, y aunque medio turbado por la mirada aguda y. socarrona del pulpero, se apartó con decisión del mostrador, dispuesto á irse; pero había un clavo que salía de las tablastodo había sido hecho tan de prisa !—y se agarró tan mal el chiripá, que al dar un paso, se le rajó desde arriba abajo. Se tuvo que quedar á la fuerza, hasta componerlo, mal que mal, y bastó esto para que le volviera la memoria y pagase lo que debía.

Otro que lo pensaba imitar, estaba, como quien no quiere la cosa, recostado contra la puerta, listo para escabullirse. Pero cuando quiso, no se pudo despegar; había una mancha de alquitrán en la puerta, y de tal modo se le había pegado la blusa, que tuvo que venir en su auxilio el mismo don Eufemio, á quien en seguida abonó el gasto.

También disparó un caballo ensillado, dejando á pie al amo, y sólo se paró y se dejó agarrar cuando se hubo acordado éste de pagar lo que había comprado.

Hombre confiado, por demás, don Eufemio y fácil, al parecer, de engañar! Como no tenía depenliente—decí que no le alcanzaba el negocio para tanto, tenía, muchas veces, que dejar al cliente solo en el despacho, mientras iba á la trastienda á sacar