Página:Las veladas del tropero (1919).pdf/57

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 53 —

tuviera con qué caerse muerto para que toda class de buenas suertes le cayeran encima, poniéndolo pronto en condiciones de saldar su deuda.

También hay que decir que, á sus clientes, don Eufemio siempre pagaba muy buen precio por los frutos que le traían; nadie les hubiera pagado más, sin contar que su balanza no era de esas que tienen secreto para aumentar el peso de la galleta ó de la hierba que se entrega y mermar el de los frutos que se reciben. Era costumbre de él pesar no solamente lo justo sino con liberalidad, y no tenía la balanza de su mostrador, como la de tantas casas, una pesita en permanencia en uno de los platillos; no, y los dos platillos, bien iguales, bien limpios y vacíos, se balanceaban á la vista de todos, al menor soplo de viento.

A pesar de ser el vecindario tan mal compuesto, y de ser frecuentes las reuniones en la pulpería de don Eufemio, raras veces había peleas importantes y nunca se oyó decir que hubiera tenido que intervenir la policía ni tampoco que hubiera habido muertes. Sin embargo, había entre todos estos gauchos cada borracho que daba miedo, matones que eran verdaderas fieras. Pues, en medio de los peores barullos, se metía don Eufemio, sonriente siempre, sereno, llamándolos al orden, despacio, con buenas palabras, y cuando se hubiera podido creer que el mundo se venía abajo, que todos los cuchillos y facones relucían amenazadores, acababa todo en pura gritería, sin que se vertiese una gota de sangre. A veces, había tajos, y bien dados, que parecía que iban á dejar á uno finado y al otro... desgraciado, pero nunca, por singular suerte, pasaban de hacer la ropa trizas.

Una sola vez, don Eufemio corrió gran peligro.