Página:Las veladas del tropero (1919).pdf/58

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 54 —

Quería separar á dos gauchos enfurecidos; con su modito de siempre, se les acercó, levantando las manos para detener los facones que ya chirriaban con rabia; pero eran ambos gauchos de mala ralea, y sin darle tiempo para nada le atracó uno una terrible puñalada, mientras el otro le disparaba á quema ropa dos tiros de revólver. Fué un grito en la concurrencia; lo creyeron muerto á don Eufemio, y como todos lo querían mucho, hubo un momento de cruel ansiedad. Por suerte..., ó por quién sabe qué, no había nada. El gaucho de la puñalada estaba forcejeando para desclavar el facón, entrado hasta la S en una tabla del mostrador, y el de los tiros contemplaba con asombro sin igual las dos balas hechas unas obleas, en la palma de su mano y también el cañón del revólver hecho una viruta.

Los gritos de terror se resolvieron en carcajadas y todos los presentes armaron á los dos guapos un titeo de mi flor con el cual se tuvieron que conformar, reconciliándose.

Don Eufemio nunca pensó en prohibir en su casa los juegos de azar. No había casi peligro, en pago tan apartado, de que vinieran á menudo comisiones de policía, y dejaba que se pelasen al choclón, á la taba, á lo que quisieran. De todos modos para él era lo mismo, ya que toda la plata, poco å poco, tendría que venir al cajón. Pero, contó, muchos años después, un gaucho que solía, en estas reuniones, hacer de coimero, que siempre, después de jugar mucho, y pasar por las peripecias más conmovedoras, cada uno se retiraba sin haber perdido ni ganado un centavo. ¿Cómo sería esto? no lo nodía explicar, pero así era, y no una vez lo había podido comprobar, sino cien veces, mil.