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numerosa de ciudadanos y de productores, tuvo la atormentadora visión de lo que sería la República Argentina, si sus antecesores... y él mismo, hubiesen repartido entre miles de criollos pobres los millones de hectáreas regaladas á un centenar de parásitos.

Llamó á Ciriaco y le dijo:

—Hace treinta años, amigo, que usted ocupa esta tierra; es suya, por la ley. No solamente vivirá usted en paz en ella, sino que el gobierno quiere que cada uno de sus hijos y de sus nietos tenga en propiedad doscientas hectáreas de las tierras incultas que rodean su chacra, para que cada cual haga en ellas lo que usted tan bien ha sabido hacer en las suyas.

Y mientras Ciriaco y toda su familia se confundían en manifestaciones de agradecimiento, el ministro dió orden de que fueran en busca de los actuales dueños de las cincuenta mil hectáreas incultas que pensaba expropiar en parte, & cualquier precio que fuese, para cumplir su promesa. Se proponía aprovechar la ocasión para avergonzarlos de su antipatriótica dejadez; pero el juez de paz detuvo el chasque, diciendo:

—Están en París, señor.