Página:Las veladas del tropero (1919).pdf/73

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
— 69 —

sos, pero mansos, al parecer, sin una falla ni un defecto, y lo más raro era que se habían venido así, á pesar de haberse quedado sola, allá, en el campo, la yegua madrina. Es que al lado de ella estaba un potrillo recién nacido. Se le acercaron los dos hombres; y vieron que era feo, cabezón, barrigón, petizón, y por mejor, overo, con unas manchas de un bayo relavado que apenas resaltaban de las blancas.

—¡Horrible! el potrillo—dijo el forastero, y sacando el cuchillo, lo iba á degollar, cuando don Antonio le pidió que se lo dejase para el chico, pues habían parido dos lecheras y lo podía criar guacho.

—Bueno—dijo el gaucho;—guárdelo para el muchacho, pues á él, hasta que tenga diez años cumplidos, le ha de prestar servicios.

Y después de haberlo dejado mamar hasta que se llenara, arreó la madre, la juntó con la tropilla, ensilló, se despidió cortésmente, a pesar de que con la sonrisa más bien parecía burlarse de todos, y pronto desapareció tras de una loma.

—¡Mira—dijo la mujer á don Antonio;—¿no tomas el olor?

Don Antonio arrugó la nariz y estuvo conforme en que, efectivamente, había quedado un olorcillo á azufre.

Pero al fin y al cabo, y aunque fuera Mandinga, mal no les había hecho; al contrario. Por lo demás, la misma Virgen no lo había atropellado, y no tenían para qué ser más celosos que ella. Cierto es que Ellos, á veces, tienen por fuerza, que encontrarse juntos y tenerse paciencia, aunque no quieran.

Empezaron á criar el guacho; fué fácil: chupaba leche como ternero, viniéndose solito hasta las casas, á pedir su ración, cuando se olvidaban de él. Una