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que don Toribio, con toda calma, hiciera hincapié consiguiendo de á saltitos y poco a poco, oferta de veintisiete nacionales; y como ya entonces no se tapase la bombilla, pensó, con razón, que era tiempo de cerrar el trato.

Demasiado bien le salía siempre la tan curiosa propiedad de su bombilla de plata para que perdiera ocasión de probarla con todos los que venían á tratar con él de negocios; y quedaba chiflado, desde el primer mate, el acopiador que falsamente traía la noticia de una gran baja en la lana, ó que trataba de sonsacarle tirados los cueros de su galpón.

El pulpero Fulánez, hombre vivo, vino una vez á casa de don Toribio á arreglar las cuentas del año, y quiso cargar de más en la cuenta, á ver pegaba, un vale de cien pesos. Don Toribio aseguraba que no se lo debía; Fulánez con el mate en la mano, trató de darle explicaciones convincentes para probarle que él lo había pagado. Y don Toribio, quizá hubiera acabado por creerle, y por abonar los cien pesos, si las aclaraciones que trataba de dar el pulpero no hubieran sido, á cada rato, lastimosamente entorpecidas por las repetidas tapaduras de la bombilla de plata, indicio seguro de que Fulánez mentía. Y éste tuvo que dar por terminado el asunto hasta que pudiera enseñar el pretendido vale... ¡Cuándo !

¡Bombilla linda! Sí, á veces, era como si hubiese hablado.

Tenía don Toribio cierto vecino á quien sospechaba de haberle carneado una vaquillona rosilla, muy gorda. Un día que había venido al rodeo, don Toribio lo hizo pasar á las casas y lo convidó con un mate. Conversaron de la lluvia y de la sequía, del estado de los campos y de las haciendas, y mientras