Página:Las veladas del tropero (1919).pdf/89

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 85 —

vida, ocultando, por un rato, tras dorada neblina de ensueños, su realidad casi siempre ruda.

Don Toribio tenía una hija moza, muy bonita la morocha, á quien no dejaban de festejar ya, aunque con discreción, algunos jóvenes del pago; basta que la primavera entreabra un pimpollo, para que en seguida revoloteen en su derredor las mariposas; pero ninguno todavía se había atrevido á formular sus sentimientos hacia la niña más que por insinuaciones ligeras, como ser suspiros, entre doloridos y atrevidos, ó miradas de soslayo, implorando compasión...

¡las pícaras! y consiguiendo de la muchacha, por toda contestación, alguna lisonjera reflexión á media voz, como: «Mire qué modo de soplar», ó «¡ parecen ojos de bagre !» Don Toribio, pensando asimismo que no sería demás conocer un poco las ideas de Encarnación al respecto, ya que ni la misma doña Rudesinda había podido «pispar» nada, una tarde, de sopetón, al recibir el mate de manos de su hija, le preguntó en tono de broma y como si hubiera sabido alguna novedad:

—Y ¿cómo anda ese novio?

Se sonrojó Encarnación hasta los ojos, y contestó apresurada :

—¡ Oh! yo, ni pienso en eso, tata.

Y mentira debía ser, pues en este mismo momento se le tapó la bombilla á don Toribio; una simple coincidencia, pero que le causó mucha gracia, no dejando de compartir doña Rudesinda, aunque con cierto disimulo de matrona de buen tono, su regocijo. Por supuesto, se turbó más y más Encarnación, al tomar, para ir á componer la bombilla, el mate de manos de don Toribio.