¡Buenas noches !—gritó una voz desconocida ; y don Anacleto,. levantándose, entreabrió la puerta, salió por la rendija, volvió á cerrar ligero, se agachó y, & pesar de la obscuridad, alcanzó á divisar dos jinetes parados que esperaban la venia.
—¿Quiénes son ?—preguntó.
—Reseros, señor, que venimos á pedir licencia para hacer noche.
—Bájense— contestó inmediatamente don Anacleto, y pasen, no más, sin cumplimiento.
Bien sabía que un resero siempre es hombre con plata, propia ó ajena, y aunque no tuviera él nada que vender, porque sus animales estaban flacos, de puro instinto, se le alegraba el corazón. Al que trae plata, amigo, hay que tratarlo bien; ya que de fijono viene á pechar y que, al contrario, puede ser que...
Habiendo desensillado los dos jinetes, alzaron los recados y con don Anacleto entraron en la cocina.
Eran dos paisanos, de buena presencia ambos, pero cuyas prendas de vestir señalaban marcada diferencia, como de patrón y de capataz..
Uno, de facciones muy finas, con la tez morena, los ojos vivos y relucientes, la nariz algo más que aguileña y los labios de rojo intenso entre la barba renegrida, llevaba blusa y chiripá negros y en la cintura un ancho tirador todo cubierto de monedas de oro y de plata. Su modo de ser y de tratar á su compañero no dejaban dada: era él el patrón.
El otro, aunque de traje muy decente también, no lucía tanto lujo y guardaba con el primero cierto respeto.
Doña Serapia les preparó un asadito, sólo para que no fueran á dormir de mal humor, les dijo ella, excusándose de que fuera tan poco el agasajo; y 1