Una vez estaba tirando agua, cuando se le desmoronó el jagüel tan repentinamente, que cayó en él con caballo, manga y todo. El caballo se mató, pero Cuerocurtido, ¡cuándo! Risueñito, salió de allí.
En el corral y en el rodeo era muy bárbaro para trabajar, y parecía que nada hiciera para evitar cornadas, rodadas ó apretaduras; más bien era como si las buscara. Fué, un día, cogido y levantado diez veces seguidas por un toro bravo. Por supuesto, todos lo creyeron muerto, y cuando, enlazado el toro, lo fueron á levantar, creyendo que iba á ser de á pedacitos, se sentó en el suelo y con toda tranquilidad armó un cigarro, contentándose con decir:
— Toro loco!
En otra ocasión, la armada de su lazo, habiéndose cerrado en una sola asta de un novillo, resbaló y, cimbrando, vino la argolla con una fuerza terrible á darle derecho en el ojo.
—¡Pobre!—gritó, al verle recibir el golpe el dueño de la hacienda, que estaba allí cerca.
—No es nada, patrón, no se asuste; si es de goma.
Y aunque hubiera sido de goma, á cualquier otrole saca el ojo; pero Cuerocurtido ni la sintió siquiera.
Aunque, por suerte, no fuera peleador, no siempre podía evitar encontrarse, en la pulpería, metido en algún barullo; y decimos por suerte, porque si le hubiera dado el genio por buscar camorra y hacer armas por un sí ó por un no, como á tantos paisanos, hubiera dejado el tendal, pues pudo comprobar en varias ocasiones que no le entraban los cuchillos ni los facones y que los tajos sólo alcanzaban á hacerle trizas la ropa.