que el ejército de tierra aguardara igualmente sin moverse.
Al salir el sol los Atenienses se presentaron de frente provocándolos con todas sus naves; y él, con tener las suyas en orden y bien tripuladas desde la noche, no se hizo al mar; y ántes por sus edecanes envió avisos á las naves principales para que permanecieran en su puesto, sin inquietarse ni salir contra los enemigos. Hubiéronse de retirar ya al oscurecer los Atenienses; y él sin embargo no permitió á los soldados desembarcarse sin haber despachado ántes de exploradoras dos ó tres galeras, y haber vuelto estas con la noticia de que habian visto saltar en tierra á los enemigos. Ejecutóse enteramente lo mismo el dia siguiente, y el tercero y el cuarto: de manera que los Atenienses concibieron la mayor conflanza, y empezaron á mirar con desprecio á los enemigos, como que les temían y les habian cobrado miedo. En tanto Alcibiades, que se hallaba todavía en el Quersoneso detenido en una de sus plazas, marchando á caballo al ejército de los Atenienses, increpó á los generales primeramente de haber anclado en una costa mal segura y abierta, y en segundo lugar de que bacian mal en ir léjos á tomar las provisiones de Sesto, cuando les convenia no apartarse mucho de esta ciudad y su puerto, manténiendose á distancia de unos enemigos que estaban á las órdenes de un hombre solo, obedeciéndole en todo por miedo á la menor señal. Estas lecciones les daba; mas ellos no le prestaron oidos, y áun Tideo to despidió con enfado, diciéndole que no era Alcibiades, sino otros los que mandaban.
Separóse, pues, de ellos Alcibiades, no sin alguna sospecha de que eran traidores á su patria. Hicieron los Atenienses al quinto dia su navegacion y retirada segun costumbre, con gran desden y desprecio; y Lisandro, al enviar las naves exploradoras, encargó á los capitanes que inmediatamente despues de haber visto desembarcarse á los Atenienses, se apresurasen á volver, y al estar en me-