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LÚCULO.

corso, y poniendo su persona á merced de los piratas, por un modo increible y extraño aportó salvo á Heraclea de Ponto. No le salió, pues, mal á Lúculo la jactancia de que usó ante el Senado: porque habiendo decretado éste que con tres mil talentos se dispusiese la armada para aquella guerra, se opuso á ello, mandando cartas en que se gloriaba de que sin tanlos gastos y preparativos arrojaria del mar á Mitridates con solas las naves de los aliados; lo que así cumplió con el auxilio de los Dioses: porque se dice haber sido para los del Ponto aquella tormenta castigo de Diana Priapina, por haber saqueado su templo y robado su imágen.

Aconsejaban muchos á Lúculo que dilatase la guerra; pero no dándoles oidos, marchó por la Bitinia y la Galacia hacia la tierra del Rey; tan desprovisto al principio de víveres, que le seguian treinta mil Gálatas llevando cada uno una fanega de trigo al hombro; mas yendo adelante, y apoderándose de todo el terreno, llegó á ser tal la abundancia, que en el campamento se compraba un buey por una dracma y un esclavo por cuatro; y no teniendo lodo el demas botin en ningun precio, unos lo abandonaban y otros lo destruian; pues no podia haber permulas cuando todos estaban sobrados. Mas como ninguna otra cosa hiciesen que correr y devastar el país hasta Tesmiciras y las regiones del Termodonte, culpaban á Lúculo de que se le iban entregando las ciudades; y no tomando ninguna á viva fuerza, los privaba de poder utilizarse con el saqueo:

«porque ahora, decian, haciéndonos pasar de largo de Amiso, ciudad opulenta y rica, que no era grande obra el tomarla si alguno le pusiera sitio, nos conduce á los desiertos de los Tibarenos y los Caldeos á hacer la guerra á Mitridates.»» Pero en estas cosas no hacía alto Lúculo ni le merecian atencion, porque no creia que los soldados se propasasen al extremo de locura que despues se vió; y sólo daba razon de su conducta á los que le acusaban de