darle la libertad, sino de quitársela. Bien que no es esta la única vez en que Murena se mostró muy distante de la delicadeza y pundonor de su general.
Dirigióse entonces Lúculo á las ciudades del Asia, para hacer, mientras se hallaba desocupado de los negocios militares, que participasen de la justicia y de las leyes: beneficios de los que los increibles é inexplicables infortunios pasados habian privado por largo tiempo á la provincia; siendo saqueada y esclavizada por los alcabaleros y logreros, que reducian á los naturales al extremo de vender en particular los hijos de buena figura y las hijas doncellas, y en comun las ofrendas, las pinturas y las estatuas sagradas; y ellos al fin venian á sufrir la suerte de ser entregados por esclavos á los acreedores. Y lo que á esto precedia, los piés de amigo, los encierros, los potros, las estancias á la inclemencía, en el verano al sol y en el invierno al frio, entre el barro y el hielo, era todavía más duro é insoportable; de manera que la esclavitud en su comparacion era paz y alivio de miserias. Observando, pues, Lúculo estos males en las ciudades, en breve tiempo liberto de ellos á los que los experimentaban: porque en primer lugar mandó que ninguna usura pasase del uno por ciento; en segundo dió por acabadas las que habian llegado á exceder el capital; y en tercero, que fué lo más importante, dispuso que el prestamista disfrutase la cuarta parte de las rentas del deudor; y á aquel que incorporaba las usuras con el principal, lo privó del todo: de manera que en el breve tiempo de cuatro años se extinguieron todos los créditos, y las posesiones quedaron libres á sus dueños. Eran estas deudas públicas, y provenian de los veinte mil talentos en que Sila multó al Asia: el duplo, pues, de esta cantidad fué el que se pagó á los acreedores, que con las usuras la habian ya hecho subir á la suma de ciento veinte mil talentos. Estos, pues, como si les hubiese hecho el mayor agravio, clamabar en Roma contra