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LISANDRO.

cion á causa de estremecimientos; los que no los llevan á puntos habitados de la tierra, sino que muchos van á caer al gran mar, por lo que despues no aparecen. Mas con el dicho de Anaxagoras conforma la relacion de Damaco, quien en su tratado de La piedad expresa que antes de caer la piedra por setenta y cinco dias contínuos se observó en el cielo un cuerpo encendido de gran magnitud á manera de nube de fuego, no quieto, sino movido en diferentes giros y direcciones; el cual, siendo llevado de una parte á otra, con la agitacion y el mismo movimiento se partió en pedazos tambien encendidos, y que centelleaban como las estrellas que caen. Luego que cayó en aquel punto, y que los naturales se recobraron del miedo y sobresalto, acudieron á él, y no encontraron del fuego ni una señal siquiera, sino una piedra tendida en el suelo, grande si, pero que no conservaba ni la más pequeña parte de aquela circunferencia que apareció inflamada. Es bien claro que necesita Damaco lectores demasiado indulgentes; pero si su relacion es cierta, convence con bastante fuerza á los que sostienen haber sido aquella una piedra que, arrancada de alguna elevacion por los vientos y los huracanes, se mantuvo y fué llevada en el aire como los torbellinos, basta que se desplomó y cayó en el momento que cedió y allojó la fuerza que la tenia elevada: á no ser que realmente fuese fuego lo que se vió por muchos dias, y que de su extincion y destruccion resullasen vientos y agitaciones fuertes que despnes hiciesen caer la piedra. Pero estos objetos son más bien para tratados en otra especie de escritos.

LISANDRO.

Lisandro, despues que en consejo fueron condenados á muerte los tres mil Atenienses que habia tomado cautivos, hizo llamar al general Filocles, y le pregunto qué sentencia pronunciaba contra sí mismo, que tales consejos habia dado á sus conciudadanos contra los Griegos. Mas éste, sin mostrar abatimiento ninguno en aquel trance, le conTOMO III.