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LÚCULO.

tónces Tigranes, como quien se recobra con pena de una profunda embriaguez, exclamó por dos o tres veces: «¿Es posible que vienen contra nosotros? De manera que aquella muchedumbre se formó con grande atropellamiento en batalla, tomando el Rey para sí el centro, y dando de las alas la izquierda al Adiabeno y la derecha al Medo, en la que á vanguardia se hallaba la mayor parte de los coraceros.

Cuando Lúculo se disponía á pasar el rio, algunos de los otros caudillos le advirtieron que debia guardarse de aquel dia, por ser uno de los nefastos, á los que llaman negros:

por cuanto en él habia perecido el ejército de Cepion en lid con los Cimbros; pero él les dió aquella tan celebrada respuesta: «pues yo haré este dia afortunado para los Romanos:» era el que precedia á las nonas de Octubre.

Dicho esto, y mandando tener buen ánimo, pasó el rio, marchando el primero contra los enemigos, vestido con una brillante cota de hierro con escamas, y una sobrevesta con rapacejos. Ostentaba ya desde allí la espada desenvaiDada, como que tenía que apresurarse á venir á las manos con hombres hechos á pelear de léjos, y le era preciso acortar el espacio propio para armas arrojadizas con la celeridad de la acometida; y viendo á la caballería de coraceros, con que se hacía tanto ruido, defendida de un collado cuya cima era suave y llana, y cuya subida, que sería de cuatro estadios, no era dificil ni tenía cortaduras, dió órden á los soldados de caballería Tracios y Gálatas que tenía á su mandado, de que acometiéndoles en oblicuo desviaran con las espadas los cuentos de las lanzas; porque en elios estaba el todo de la fortaleza de aquellas gentes; no pudiendo nada fuera de esto, ni contra los enemigos ni para si, á causa de la pesadez é inflexibilidad de su armadura, con la que parecian aprisionados. Tomó en seguida dos cohortes, y se dirigió al collado, siguiéndole alentadamente la tropa, al ver que él marchaba el primero á pié, armado y decidido á batirse. Luego que estuvo arriba,