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NICIAS.

á la quinta llamada Policele, peleando y siendo cercado de los enemigos. Desenvainó entonces Demóstenes su espada, y se hirió á sí mismo, aunque no acabó de quitarse la vida, porque se arrojaron sobre él los enemigos y le echaron mano. Adelantáronse unos cuantos Siracusanos á enterar á Nicias del suceso; y habiendo mandado algunos de los suyos de á caballo, cuando se cercioró de la pérdida de aquéllos, manifestó deseo de tratar con Gilipo para que dejaran partir á los Atenienses de la Sicilia, recibiendo rehenes sobre que serian indemnizados los Siracusanos de todos los gastos que hubiesen hecho en aquella guerra; mas ellos no le dieron oidos, sino que tratándole con vilipendio, y haciéndole amenazas é insultos, le lanzaron tiros, no obstante que le veian reducido al último extremo de miseria. Con todo, áun aguantó aquella noche, y al dia siguiente continuó su marcha, acosado por los enemigos basta el rio Asinaro. Allí éstos alcanzaron á algunos, y los arrojaron á la corriente; otros habian llegado ántes, y compelidos de la sed se habian echado de bruces á beber; y fué grande el estrago y crueldad contra los que á un mismo tiempo bebian y recibian la muerte: hasta que Nicias, echándose á los piés de Gilipo le hizo este ruego:

Hallen compasion, oh Gilipo, en vosotros los vencedores, »no yo, que de nadie la deseo, debiendo bastarme el nom.

»bre y la gloria que me dan tamañias desgracias, sino los demas Atenienses, haciéndoos cargo de que son comunes »los infortunios de la guerra, y que en ellos se hubieron con vosotros benignamente los Atenienses, cuando les »fué favorable la fortuna.» Al proferir Nicias estas pałabras, con ellas y con su vista no dejó de conmoverse Gilipo, pues sabía que los Lacedemonios habian sido de ét favorecidos en el último tralado, y además echaba cuenta de que importaria mucho para su gloria el conducir prisioneros á los dos generales enemigos. Por tanto, tomando de la mano á Nicias, procuró alentarle, y dió órden para NICIAS.