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MARCO CRASO.

ses, plateros, administradores y mayordomos, y él era como el ayo de los que algo aprendian, cuidando de ellos y enseñándoles, porque llevaba la regla de que al amo era á quien le estaba mejor la vigilancia sobre los esclavos, como órganos animados del gobierno de la casa. Excelente pensamiento, si Craso juzgaba, como lo decia, que las demas cosas debian administrarse por los esclavos, y él gobernar á éstos: porque vemos que la economía en las cosas inanimadas no pasa de lucrosa, y en los hombres tiene que participar de la política. En lo que no tuvo razon fué en decir que no debía ser tenido por rico el que no pudiera mantener á sus expensas un ejército: porque la guerra no se mantiene con lo tasado, segun Arquidamo; sino que la riqueza respecto de la guerra y los guerreros tiene que ser indefinida; muy distante de la sentencia de Mario; porque como habiendo distribuido catorce yugadas de tierra á cada soldado le hubiesen informado que todavía codiciaban más, «no quiera Dios, dijo, que ningun Romano tenga por poca la tierra que basta á mantenerlo.» Picábase, sin embargo, Craso de acoger bien á los forasteros, estando abierta su casa á todos ellos, y á los amigos les daba prestado sin interes; pero vencido el plazo exigia con tanto rigor el pago, que la primera gracia venía á ha—¹ cerse más inaguantable que habrian sido las usuras. Para franquear su mesa era bastante generoso y popular; y aunque ésta no era espléndida, el aseo y la amabilidad la hacía más apetecible que hubiera podido hacerla el ser más exquisita y costosa. En cuanto á instruccion, se ejercitó en la elocuencia, especialmente en la parte oratoria, que es de mayor y más extensa utilidad; y habiendo llegado á sobresalir en esta arte entre los más aventajados de Roma, en el trabajo y en el celo excedió áun á los más facundos; por:

que ninguna causa tuvo por tan pequeña y despreciable que no fuese preparado para hablar en ella; y muchas veces repugnando Pompeyo y César, y aun el mismo Ciceron, le-