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Plutarco.—Las vidas paralelas.

deseaba ocasion de dejar obligado con algun favor á Craso:

así trabajó con eficacia, y por último, llegó á decir en la junta pública que no sería menor su gratitud por el colega que por la dignidad misma. Mas una vez alcanzada ésta, no se mantuvieron en los mismos sentimientos de union y concordia, sino que antes oponiéndose como quien dice en todos los negocios el uno al otro, y eslando en conitnua pugna, hicieron infructuoso y casi nulo su consulado; sin otra cosa notable que haber hecho Craso un gran sacrificio á Hércules, dando con ocasion de él un banquete al pueblo en diez mil mesas, y repartiendo trigo para tres meses á los ciudadanos. Estando ya en el último término su magistratura, celebraban junla pública; y un hombre poco visible, aunque del órden ecuestre, oscuro y retirado en su método de vida, llamado Onacio Aurelio, subiendo á la tribuna, y llamando la atencion, se puso á explicar este sueño que habia tenido: «porque Júpiter, dijo, se me ha aparecido, y me ha mandado os diga en público, que no deis lugar á que los cónsules dejen el mando antes de haberse hecho amigos.» Dicho esto, clamó el pueblo que debian reconciliarse; á lo que Pompeyo se estuvo quedo; pero Craso le alargó el primero la mano, diciendo: «No me parece, ob ciudadanos, que hago nada que me degrade, o que pueda tenerse por indigno de mi si me adelanto á dar este paso de benevolencia y amistad con Pompeyo, á quien vosotros liamasteis grande cuando apenas tenia bozo, y á quien decretasteis el triunfo antes de ser admitido en el Senado.» Hemos dicho lo que el consulado de Craso ofreció digno de alguna atencion; pues la censura todavía fué más oscura é inactiva: porque ni hizo investigacion del Senado, ni pasó revista á los caballeros, ni impuso nota á ninguno de los ciudadanos, sin embargo de que tuvo por colega á Luctacio Catulo, varon el más dulce y apacible entre los Romanos.

Ha quedado memoria de que intentando Craso reducir el Egipto á la obediencia del pueblo romano por un medio