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MARCO CRASO.

unas saetas que destrozaban las armas y que pasaban todas las defensas, por más resistencia que tuviesen. Los Parlos, separándose algun tanto, empezaron á tirarles por todas partes sin cuidadosa puntería, porque la union y apiñamiento de los Romanos no les dejaban errar, áun cuando quisiesen, causando heridas graves y profundas; como que aquellos tiros partian de arcos grandes y fuertes, que por lo vuelto de su curvatura despedian la saeta con la mayor fuerza. Era por tanto terrible la suerte de los Romanos, pues si permanecian en aquella formacion, recibian crueles heridas, y si intentaban moverse unidos, perdian el poder hacer lo que hacian en su defensa, y padecian lo mismo: por cuanto los Partos se retiraban delante de ellos, tirando siempre; lo que despues de los Escitas ejecutan con suma destreza. Y en esto obran con la mayor sabiduria, pues que con defender su vida huyendo, quitan á la fuga lo que tiene de vergonzosa.

Mientras esperaron que agotadas las saetas desistirian de aquel modo de pelear, ó vendrían á las manos, tuvieron constancia; pero cuando supieron que habia infinidad de camellos cargados de ellas, á los que corrian los que estaban más cerca, y las tomaban para repartir, entonces Craso, no viendo el término de aquel triste estado, llegó á acobardarse; y enviando ayudantes á su hijo, le dió órden de que viera cómo precisar á los enemigos á entrar en combate antes de ser envuelto; porque una de las partidas enemigas principalmente cargaba sobre éste, y le andaba alrededor, como para ponérsele á la espalda. Tomando, pues, aquel jóven mil y trescientos caballos, de los cuales mil eran los de César, quinientos arqueros y ocho cohortes de infantería de las que tenía más á la mano, acometió impetuosamente con estas fuerzas. Los Partos que más se habian adelantado, ó porque los hubiesen alcanzado estas tropas como dicen algunos, ó porque quisiesen llevar con maña al jóven Craso léjos del padre, volvieron grupa, y