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SERTORIO.

lir contra él tres mil hombres de un barranco sombrio; y acometiendo él mismo de frente, le derrota, y da muerte á unos, y toma á otros cautivos. Metelo, cuando vió que Aquilio volvia sin armas y sin caballo, tuvo que retirarse ignominiosamente, escarnecido de los Españoles.

Por estas hazañas miraban á Sertorio con grande amor aquellos bárbaros, y tambien porque acostumbrándulos á las armas, á la formacion y al órden de la milicia romana, y quitando de sus incursiones el aire furioso y terrible, habia reducido sus fuerzas á la forma de un ejército, de grandes cuadrillas de bandoleros que ántes parecian. Además de eslo, no perdonando gastos, les adornaba con oro y plata los morriones; les pintaba con distintos colores los escudos; enseñábales á usar de mantos y túnicas brillantes, y fomentando por este medio su vanidad, se ganaba su aficion. Mas lo que principalmente les cautivó la voluntad fué la disposicion que tomó con los jóvenes; porque reuniendo en Huesca, ciudad grande y populosa, á los bijos de los más principales é ilustres entre aquellas gentes, y poniéndoles maestros de todas las ciencias y profesiones griegas y romanas, en la realidad los tomaba en rehenes; pero en la aparencia los instruia para que en llegando á la edad varonil participasen del gobierno y de la magistratura. Los padres, en tanto, estaban sumamente contentos viendo á sus hijos ir á las escuelas muy engalanados y vestidos de púrpura, y que Sertorio pagaba por ellos los honorarios, los examinaba por sí muchas veces, les distribuia premios, y les regalaba aquellos collares que los Romanos llaman balas. Siendo costumbre entre los Españoles que los que hacian formacion aparte con el general, perecieran con él si venía á morir, á lo que aquellos bárbaros llamaban consagracion; al lado de los demas generales sólo se ponian algunos de sus asistentes y de sus amigos, pero á Sertorio le seguian muchos millares de hombres, resueltos a hacer por él esta especie de consa-