Página:Las vidas paralelas de Plutarco - Tomo III (1879).pdf/364

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
366
Plutarco.—Las vidas paralelas.

mostraba humillado y abatido. Todavía se echaba esto más de ver en las mujeres, observando á la madre que esperaba á su hijo salvo de la batalla, triste y taciturna; y á las de aquellos que se decia haber perecido, acudir al punto á los templos, y buscarse y hablarse unas á otras con alegría y satisfaccion. Sin embargo de todo esto, á muchos, luego que se vieron abandonados de los aliados, y tuvieron por cierto que Epaminondas, vencedor y lleno de orgullo con el triunfo, trataria de invadir el Peloponeso, les vinieron á la imaginacion los oráculos y la cojera de Agesilao, propendiendo al desaliento y á la supersticion, por creer que aquellas desgracias le habian venido á la ciudad á causa de haber desechado del reino al de piés firmes y haber preferido á un cojo y lisiado; de lo que el oráculo les habia avisado se guardasen sobre todo. Mas áun en medio de esto, atendiendo al poder que habia adquirido, á su virtud y á su gloria, todavía acudian á él, no sólo como á rey y general para la guerra, sino como á director y á médico en los demas apuros políticos, y en el que entónces se hallaban; porque no se atrevian á usar de las afrentas autorizadas por ley contra los que habian sido cobardes en la batalla, á los que llaman medrosos, temiendo por ser muchos y de gran poder que pudieran causar un trastorno: pues á los así notados, no sólo se les excluye de toda magistratura, sino que no hay quien no tenga á ménos el darles ó el tomar de ellos mujer. El que quiere los hiere y golpea cuando los encuentra, y ellos tienen que aguantario, presentándose abatidos y cabizbajos. Llevan túnicas rotas y teñidas de cierto color; y afeitándose el bigote de un lado, se dejan crecer el otro. Era por lo mismo cosa terrible desechar å tantos cuando justamente la ciudad necesitaba de no pocos soldados. Nombran, pues, legislador á Agesilao, el cual se presenta á la muchedumbre de los Lacedemonios; y sin añadir, quitar, ni mudar nada, con sólo decir que por aquel dia era preciso dejar