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POMPEYO.

tuas y pinturas el templo de los Dioscuros, puso su retrato entre los demas cuadros á causa de su belleza. Mas volviendo á Pompeyo, con la mujer de su liberto Demetrio, que tuvo con él gran valimiento, y dejó un caudal de cuatro mil talentos, se condujo contra su costumbre desabrida é inhumanamente, por temor de su hermosura, que pasaba por irresistible, y era tambien muy aplaudida, no se dijese que ella era la que le dominaba. Mas, sin embargo de vivir con tan excesivo cuidado y precaucion en este punto, no pudo librarse de la censura de sus enemigos; sino que áun con mujeres casadas le calumniaron de que por hacerles obsequio solia usar de indulgencia y remision en algunos negocios de la república. De su sobriedad y parsimonia en la comida se refiere este hecho memorable: estando enfermo de algun cuidado, le prescribió el médico por alimento que comiese un tordo: anduviéronle buscando los de su familia, y no encontraron que se vendiese en ninguna parte, porque no era tiempo; pero hubo quien dijo que lo habria en casa de Lúculo, porque los conservaba todo el año; á lo que él contestó: «¿Conque sí Lúculo no fuera un gloton, no padria vivir Pompeyot» y no haciendo cuenta del precepto del médico, tomó por alimento otra cosa más fácil de tenerse á la mano. Pero esto fué más adelante.

Siendo todavía muy jovencito, militando a las órdenes de su padre, que hacía la guerra á Cina, tuvo á un tal Lucio Terencio por amigo y camarada. Sobornado éste con dinero por Cina, se comprometió á dar por sí muerte á Pompeyo, y á hacer que otros pegasen fuego á la tienda del general. Denunciada esta maquinacion á Pompeyo hallándose á la mesa, no mostró la menor alteracion, sino que continuó bebiendo alegremente y haciendo agasajos á Terencio; pero al tiempo de irse á recoger pudo, sin que éste lo sintiera, escabullirse de la tienda: y poniendo guardia al padre, se entregó al descanso. Terencio, cuando creyó ser la hora, se levantó, y tomando la espada, se