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Plutarco.—Las vidas paralelas.

terreno; hasta que desesperados ellos mismos, le pidieron que los llevara donde gustase, pues que ya habian pagado la pena merecida de su necedad.

Preparóse Domicio para el combate, queriendo poner delante de sí un barranco áspero y difícil de pasar; pero como desde la madrugada empezase á caer copiosa lluvia con viento, se detuvo, y desconfiando de que pudiera ser en aquél día la batalla, dió órden para la retirada. Pompeyo, por el contrario, creyó ser aquel el momento oportuno, y marchando con rapidez, pasó el barranco; con lo que sorprendidos en desórden los enemigos, no pudieron hacer frente todos en union; y áun el viento continuaba dándoles con el agua de cara. No dejó, sin embargo, de incomodar tambien á los Romanos aquella tempestad, porque no les permitia verse bien unos á otros; y el mismo Pompeyo estuvo para perecer por no ser conocido, á causa de que habiéndole preguntado uno de sus soldados la seña, tardó en responder. Mas rechazaron con gran mortandad á los enemigos, pues se dice que de veinte mil solos tres mil pudieron huir, y á Pompeyo le proclamaron emperador; pero como éste no quisiese admitir aquella distincion, mientras se mantuviera enhiesto el campamento de los enemigos, diciéndoles que para que le tuviesen por digno de aquel titulo era preciso que ántes lo derribaran, al punto se arrojaron sobre el valladar, peleando Pompeyo sin casco, por temor de que le sucediera lo que ántes. Tomóse, pues, el campamento, pereciendo allí Domicio. De las ciudades unas se sometieron inmediatamente, y otras fueron tomadas por la fuerza. Tomó tambien cautivo al rey larbas, que auxiliaba á Domicio, y dió su reino á Hiemsal. Sacando partido de la buena suerte y del denuedo de sus tropas, invadió la Numidia, y haciendo por ella muchos dias de marcha; sujetó á cuantos se le presentaron; con lo que, volviendo á dar tono y fuerza al terror y miedo con que aquellos bárbaros miraban ántes á los Romanos, que ya se