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POMPEYO.

¹ entre los Romanos es costumbre, en cuanto á los del órden ecuestre que han servido el tiempo establecido por ley, que lleven á la plaza su caballo á presentarlo á los dos ciudadanos que llaman censores, y que haciendo la enumeracion de los pretores ó emperadores á cuyas órdenes ban militado, y dando las cuentas de sus mandos, se les dé el retiro; y allí se distribuye el honor ó la infamia que corresponde á la conducta de cada uno. Ocupaban entónces el tribunal en toda ceremonia los censores Gelio y Lentulo para pasar revista á los caballeros. Vióse desde léjos á Pompeyo que veaía á la plaza con el séquito é insignias que correspondian á su dignidad, pero trayendo él mismo del diestro su caballo. Luego que estuvo cerca y á la vista de los censores, dió órden á los lictores de que hicieran paso, y condujo el caballo ante el tribunal. Estaba todo el pueblo admirado y en silencio, y los mismos censores sintieron con su vista un gran placer mezclado de vergüenza. Despues el más anciano le dijo: «Te pregunto, oh Pompeyo Magno, si has hecho todas las campañas segun la ley.» Y Pompeyo en alta voz: «todas, le respondió, y todas las he hecho á las órdenes de mí mismo como emperador.» Al oir esto el pueblo levantó gran gritería, y ya no fué posible contener por el gozo aquella algazara; sino que levantándose los censores, le acompañaron á su casa, complaciendo en esto á los ciudadanos, que seguian y aplaudian.

Cuando ya estaba cerca de espirar el consulado de Pompeyo, y en el mayor aumento su desavenencia con Craso, un tal Cayo Aurelio, que pertenecia al órden ecuestre, pero habia llevado una vida ociosa y oscura, en un dia de junta pública subió á la tribuna, y arengando al pueblo, dijo habérsele aparecido Júpiter entre sueños, y encargádole hiciese presente á los cónsules no dejaran el mando sin haberse antes hecho entre sí amigos. Pronunciadas estas palabras, Pompeyo se estuvo quieto en su lugar sin mo TOMO III.

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