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Plutarco.—Las vidas paralelas.

que era, en suma, confiar á uno solo la autoridad del pueblo romano. Porque las únicas provincias que parecia no estar contenidas en la ley anterior, que eran la Frigia, la Licaonia, la Galacia, la Capadocia, la Cilicia, la Colquida superior, y la Armenia, estas mismas eran las que se le agregaban ahora, con todas las tropas y fuerzas con que Lúculo habia vencido y derrotado á los reyes Mitridates y Tigranes.

Con todo, de Lúculo, á quien se privaba de la gloria de sus ilustres hechos, y á quien más bien se daba sucesor del triunfo que de la guerra, era muy poco lo que se hablaba entre los del partido del Senado, sin embargo de que conocian el agravio y la injustícia que á aquél se irrogaban; sino que llevar.do mal el gran poder de Pompeyo, que vema á constituirse en tiranía, se excitaban y alentaban entre sí para oponerse á la ley y no abandonar la libertad. Mas venido el momento, todos los demas faltaron al propósito, y enmudecieron de miedo: solo Catulo clamó contra la ley, y contra quien la babia propuesto; y viendo que á nadie movia, requirió al Senado, gritando muchas veces desde la tribuna, para que como sus mayores buscaran un moute y una eminencia adonde para salvarse se refugiara la libertad. Sancionose á pesar de esto la ley, segun se dice, por todas las tribus; y Pompeyo, estando ausente, quedó árbitro y dueño de todo cuanto lo fué Sila, apoderándose de la ciudad con las armas y con la guerra.

Dícese de él que cuando recibió las cartas y supo lo decretado, ballándose presentes, y regocijándose sus amigos, arrugó las cejas, se dió una palmada en el muslo, y como quien se cansa de mandar, prorumpió en estas expresiones: «¡Vaya con unos trabajos que no tienen término! ¿Pues no valia más ser un hombre oscuro para no cesar nunca de hacer la guerra, ni de incurrir en tanta envidia, pasando la vida en el campo con su mujer?» Al oir esto, ni sus más Intimos amigos dejaron de torcer el gesto á semejante iro-