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POMPEYO.

deña y al Africa, recogió gran cantidad de trigo. Iba á dar la vela para la vuelta á tiempo que soplaba un recio viento contra el mar; y aunque se oponian los pilotos, se embarcó el primero, y dió la órden de levantar el ancora diciendo:

«El navegar es necesario, y no es necesario el vivir;» y habiéndose conducido con esta decision y celo, llenó, favorecido de su buena suerte, de trigo los mercados, y el mar de embarcaciones; de manera que aun á los forasteros proveyó aquella copia y abundancia, habiendo venido á ser como un raudal que naciendo de una fuente alcanzaba á todos.

En este tiempo habian ensalzado á César á grande altura las guerras de la Galía; y cuando se le tenía al parecer muy léjos de Roma, enredado con los Belgas, los Suevos y Britanos, á esfuerzos de su sagacidad y maña estaba sin que nadie lo advirtiese, en mitad del pueblo, minando en los principales negocios el poder de Pompeyo. Porque haciendo de la fuerza militar el uso que de su cuerpo, la ejercitaba en aquellos combates como en una caza y persecucion de fleras, no precisamente contra los bárbaros, sino con la mira ulterior de hacerla invicta y temible. El oro, la plata, y todos los demas despojos y riquezas recogidos en gran copia de los enemigos, todo lo enviaba á Roma; y tentando y agasajando con dádivas á los ediles, á los pretores, á los cónsules y á sus mujeres, se ganó la amistad de muchos de ellos; de manera que habiendo pasado los Alpes y venido á invernar en Luca, sin contar la inmensa muchedumbre que de toda clase de gentes concurrió á visitarle, del órden senatorio fueron doscientos los que acudieron, y entre ellos Pompeyo y Craso; de procónsules y pretores se llegaron á ver á su puerta hasta ciento y veinte fasces. Á los demas los despidió colmándolos de esperanzas y de presentes; pero entre Pompeyo, Craso y él mediaron ajustes: que se pedirian los consulados para los dos primeros, en lo que les auxiliaria César, enviándoles muTOMO III.

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