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POMPEYO.

prevalecia la indocilidad y desobediencia á los que mandaban; pues no había modo de calmar el miedo, ni dejaban á Pompeyo que pensase por sí solo lo conveniente, sino que cada uno trataba de inspirarle la pasion que á él le dominaba, de miedo, de pesar ó de agitacion. Así, en un mismo dia dominaban resoluciones contrarias y no le era posible saber nada de cierto de los enemigos, porque cada uno venia á anunciarle lo que casualmente oia, y se incomodaba si no le daban crédito.

POMPEYO.

Decreto, pues, que se estaba en sedicion, y mandó que le siguiesen todos los que pertenecian al partido del Senado; en el concepto de que serian tenidos por Cesarianos los que se quedasen; y ya á la caida de la tarde salió de la ciudad. Los cónsules, sin haber hecho los sacrificios solemnes que preceden á la guerra, huyeron, y áun en medio de tan infaustas circunstancias era Pompeyo, en cuanto al amor del pueblo hácia él, un hombre feliz, pues con haber muchos que abominaban aquella guerra. ninguno miraba con odio al general, y en mayor número eran los que seguian por no poder resolverse á abandonar á Pompeyo, que los que huian con él por amor de la libertad.

De allí á pocos dias llegó César á Roma, y apoderándose á fuerza de ella, trató á todos con apacibilidad y mansedumbre; y sólo al tribuno de la plebe Metelo, que se oponia a que tomara fondos del erario público, le amenazó de muerte, añadiendo á la amenaza otra expresion más dura todavía, pues le dijo que á él le costaria más el decirlo que el hacerlo. Habiendo retirado de este modo á Metelo, y tomado lo que le pareció necesitar, se puso á perseguir á Pompeyo, apresurándose á arrojarlo de Italia ántes que le llegaran las tropas de España. Ocupó éste á Bríndis, y teniendo á su disposicion copia de naves, hizo embarcar inmediatamente a los cónsules, y con ellos treinta cohortes, para mandarlos con anticipacion á Dirraquio; y á su suegro Escipion y á Neyo su hijo los envió á la Siria para