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Plutarco.—Las vidas paralelas.

ran de decidir el eunuco Potino, Teodoto de Quio, llamado por su salario para ser maestro de retórica, y el egipcio Aquila! Porque estos consejeros eran los principales entre los demas camareros y ayos; y Pompeyo, que no tenía por digno de su persona ser deudor de su salud á César, eslaba esperando al áncora lejos de tierra la resolucion de semejante Senado. Los pareceres fueron del todo opuestos, diciendo unos que se le desechase, y otros que se le llamara y recibiera; pero Teodoto, haciendo muestra de so habilidad y pericia en la materia, demostró que ni en lo uno ni en lo otro habia seguridad: porque de recibirle tendrían á César por enemigo, y á Pompeyo por señor; y de desecharle incurririan en el odio de Pompeyo por la expulsion, y en el de César por tener todavía que perse—guirle; así que, lo mejor era mandarle venir, y matarle; pues de este modo servirian al uno, y no tenian que temer al otro, añadiendo con sonrisa, segun dicen, que hombre muerto no muerde.

Así se determinó, y Aquila tomó á su cargo la ejecucion; el cual, llevando consigo á un tal Septimio, que en otro tiempo fuera tribuno á las órdenes de Pompeyo, á otro que habia sido centurion, llamado Salvio, y tres ó cuatro criados, se dirigió á la nave de Pompeyo. Habian pasado y reunidose en ella los principales de su comitiva, para estar presentes á lo que ocurriese; y cuando vieron que el recibimiento no era ni régio ni brillante, como Teofanes se lo habia hecho esperar, viniendo sólo unos cuantos hombres en un barquichuelo de pescador, ya les pareció sospechosa la poca importancia que se les daba, y aconsejaron á Pompeyo sacara la nave á alta mar hasta ponerse fuera de alcance; pero en esto, alracando ya el barquichuelo, se levantó el primero Septimio, y saludó en lengua romana á Pompeyo con el título de Emperador; y Aquila, saludándule en griego, le instaba para que pasase á su barco, porque habia mucho cieno, y por allí no tenía