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POMPEYO.

para su galera bastante profundidad el mar, y además abundaba de bancos de arena. Veiase al mismo tiempo que se aprestaban algunas de las naves dol Rey, y que se coronaba de tropas la orilla; de manera que no les era dado huir, aunque mudaran de propósilo; y por otra parte si tenian dañadas intenciones, con la desconfianza defenderian su injusticia. Saludando, pues, á Cornelia, que muy de antemano lloraba su muerte, dió órden de que se embarcaran primero á dos centuriones, á su liberto Filipo, y á un esclavo llamado Escena, y al darle la mano Aquila, volviéndose á su mujer y á su hijo, recitó aquellos yambos de Sófoces:

Quien al palacio del tirano fuere, Esclavo es suyo, aun cuando libre parta.

Habiendo sido estas las últimas palabras que pronunció, descendió al barco, y como mediase bastante distancia desde la galera á tierra, y ninguno de los que iban con él le hubiera dirigido siquiera una expresion de agasajo, poniendo la vista en Septimio, «paréceme, le dijo, haberte conocido en otro tiempo, siendo mi compañero de armas;» á lo que le contestó bajando sólo la cabeza, sia pronunciar palabra ni poner siquiera buen semblante; por tanto, como se guardare por todos un gran silencio, sacó Pompeyo un libro de memoria, y se puso á leer un discurso que habia escrito en griego para hacer uso de él con Tolomeo.

Cuando arribaban á tierra, Cornelia, que llena de agitacion é inquietud habia subido con los amigos de Pompoyo á la cubierta de la nave para ver lo que pasaba, concibió alguna esperanza al observar que muchos de los cortesanos salian al desembarco como para honrarle y recibirle. En esto, al tomar Pompeyo la mano de Filipo para ponerse en pié con mayor facilidad, Septimio fué el primero que por la espalda le pasó con un puñal, y en seguida desenvaina-