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Plutarco.—Las vidas paralelas.

ron tambien sus espadas Salvio y Aquila. Pompeyo, echándose la loga por el rostro con entrambas manos, nada hizo ni dijo indigno de su persona, sino que solamente dió ua suspiro, aguantando con entereza los golpes de sus asesinos. Y habiendo vivido cincuenta y nueve años, al otro dia de su nacimiento terminó su carrera.

Los de las naves, habiendo visto su muerte, movieron un llanto que llegó á oirse desde la tierra, y levantando áncoras huyeron con precipitacion. Ayudábales un recio viento cuando ya estaban en alla mar; por lo que, aunque los Egipcios quisieron perseguirlos, desistieron de su propósito. Al cadáver de Pompeyo le cortaron la cabeza, arrojando el cuerpo desnudo á tierra desde el barquichuelo, y dejándolo que fuera espectáculo de los que quisiesen verlo.

Estúvose á su lado Filipo, hasta que se cansaron de mirarlo; despues, lavándolo en el mar, y envolviéndolo en una miserable ropa suya, por no tener otra cosa, se puso á registrar por la orilla, y descubrió los despojos de una lancha gastados ya por el tiempo, pero bastantes todavía para la mezquina hoguera de un cadáver, y áun éste no entero. Mientras los recogia y amontonaba, hallándose alli cerca un Romano ya de edad, y que habia hecho sus primeras campañas con Pompeyo cuando todavía era jóven:

«¿quién eres, le dijo, tú que tienes el cuidado de dar sepultura á Pompeyo Magno?» respondióle que un liberto suyo: «pues no has de ser tú solo, continuó, el que le preste tan debido oficio: admíteme á mí á la parte de este tan piadoso encuentro, para no tener tanto de qué culpar á mi sucrte en esta ausencia de la patria, gozando entre tantas aflicciones el consuelo de tocar y envolver con mis manos al mayor capitan que ha tenido Roma.» Estos fueron los funerales de Pompeyo. Al dia siguiente Lucio Lentulo, que sin saber nada de lo sucedido navegaba de Chipre, y aportó á tierra, luego que vió la hoguera de un cadáver, y que al lado de ella estaba Filipo, al que áun no habia cono-