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SILA.

fijó, amenazando á la ciudad, lleno de presuncion y de esperanzas por haber buriado á tantos y tan acreditados generales. En la madrugada, babiendo salido contra él á caballo lo más escogido de la juventud, dió muerte á muchos, y entre ellos á Apio Claudio, varon insigne en linaje y en virtud. Siendo grande como se deja conocer la confusion de la ciudad, y muchos los lamentos y las carreras, el primero que se alcanzó á ver fué Balbo, enviado por Sila á todo escape con setecientos caballos; y no dando más tiempo que el preciso para que se les quitase el sudor, volvió á ensillar á toda priesa, y se fué en busca de los enemigos. En esto ya se descubrió Sila, y dando at punto órden á los principales para que se diese un rancho, formó en batalla. Rogáronle con instancia Dolabela y Torcuato que se detuviese y no aventurase el resto, teniendo la gente tan fatigada, pues los que ahora se le oponian no eran Carbon y Mario, sino los Sámnites y Lucanos, pueblos enemigos encarnizados de Roma y muy belicosos; pero apartándolos de sí mandó que las trompetas dieran la señal de envestir, cuando vendrian ya á ser las diez del dia.

Trabóse un combate como el que nunca otro; y la derecha mandada por Craso alcanzó al punto la victoria; mas como la izquierda sufriese y llevase lo peor, fué Sila en su socorro en un caballo blanco que tenía muy alentado y ligero.

Conociéndole por él dos de los enemigos, tendieron sus lanzas para arrojárselas. El mismo Sila no lo advirtió; pero su asistente dió con el látigo al caballo, y éste se adelantó lo preciso para que alcanzando las puntas á dar en la cola, cayesen y se clavasen en tierra. Dícese que teniendo Sila un idolito de Apolo tomado en Delfos, le traia siempre consigo en el seno en las batallas, y que en aquel Irance le besó diciendo: «Oh Apolo Pitio, tú que de tantos combates sacaste triunfante y glorioso á Cornelio Sila, el feliz, ¿lo habrás traido ahora aqui á las puertas de la patria para arrojarle á que perezca vergonzosamente con sus conciu-