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SILA.

habian mudado de forma de tiranía, pero no la habian sacudido; pues al cabo Mario, habiendo mostrado dureza desde el principio, con el poder la aumento, pero no mudó de carácter; y Sila, que habia empezado á usar suave y políticamente de su fortuna, ganando concepto de un general popular y benigno, y que era además divertido desde jóven, y blando á la compasion, pues lloraba con mucha facilidad, se pudo sospechar que recibió aquella tan extraña mudanza de la misma grandeza de su poder, que no le dejó permanecer en sus antiguas costumbres, sino que las convirtió en feroces, soberbias é inbumanas. Mas si esto fué variacion y mudanza causada en su indole por la fortuna, ó más bien manifestacion que hizo el poder de la perversidad que ántes abrigaba en su corazon, serta de otra investigacion cl definirlo.

Dado ya Sila desenfrenadamente á la carniceria, en términos de llenar la ciudad de asesinatos que no tenian púmero ni fin, siendo muchos sacrificados á enemistades par ticulares que en nada le tocaban, sólo por condescendencia y complacencia hacia los que le hacian la corte, uno de los jóvenes, Cayo Metelo, tuvo resolucion para preguntarle en el Senado cuál sería el término de los males, y hasta dónde hacía ánimo de llegar, para poder esperar que cesarian tantas desgracias. «Porque te pedimos, continuó, no que libres de la pena á aquelllos con quienes te has propuesto acabar, sino de la incertidumbre á los que piensas queden salvos.» Respondiendo Sila que áun no sabía á quiénes dejaria, repuso Metelo: «pues decláranos á quiénes has de castigar;» á lo que contestó Sila que así lo haria. Algunos son de opinion que no fué Metelo sino un tal Aufidio, de aquellos que por adulacion frecuentaban la casa de Sila, el que dijo esto último. Sila, pues, proscribió al punto ochenta, sin tratarlo con ninguno de los que ejercian magistraturas; y como muchos se horrorizasen de ello, dejando pasar sólo un dia, proscribió doscientos y veinte, y al tercer TOMO 11.