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Plutarco.—Las vidas paralelas.

día un número no menor; y hablando en público sobre esto mismo, dijo que habia proseripto á aquellos que le habian venido á la memoria, y que para los olvidados habria otra proscripcion. Impuso además al que recibiese y salvase á uno de los proscriptos, como pena de su humanidad, la de muerte, sin hacer excepcion ni de hermano, ni de bijo, ni de padres; y al que los matase señaló el premio de dos tatentos por lal asesinato, aunque el esclavo matase á su señor y al padre el hijo; pero lo que pareció más injusto que todo lo demas fué haber condenado á la infamia á los hijos y nietos de los proscriptos, y haber publicado sus bienes. Proscribíase no sólo en Roma, sino en todas las ciudades de Italia: no estando inmunes y puros de esta sangrienta malanza ni los templos de los Dioses, ni los hogares de la hospitalidad, ni la casa paterna; sino que los maridos eran asesinados en los brazos de sus mujeres, y los hijos en los de sus madres. Y los entregados á la muerte por encono y enemistades eran un número muy pequeño respecto de los proscriptos por sus riquezas: así bablándose de los que perecian, como cosa corriente se decía: á éste le perdió su magnifica casa, á aquél su huerta, al otro las aguas termales. Quinto Aurelio, bombre retirado de negoeios, y a quien de aquellos males no cabia más parte que la que por compasion pudiera lomar en los de algunos que sufrian, yendo á la plaza, leyó la tabla de los proscriptos, y hallando su nombre, «¡miserable de mi! exclamó; lo que me persigue es mi campo del monte Albano; y á pocos pasos que habia andado fué muerto por uno que iba en su seguimiento.

En esto Mario, estando ya para caer prisionero, se dió á sí mismo muerte; y Sila, pasando á Preneste, al principio los juzgaba y castigaba de uno en uno; pero despues no estando de tanto vagar, los reunió en un punto á todos, que eran doce mil, y mandó que los pasaran á cuchillo, no perdonando á otro que á su huésped; pero éste le respon-