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SILA.

Pompeyo se retiraba á la plaza muy contento con esta victoria, llamándole aparte le dijo: «¡Bella eleccion has hecho, oh jóven! has ido á nombrar á Lépido antes que á Catulo; al hombre más necio, antes que al más virtuoso de todos. Mira por ti, no te duermas, despues de haber he cho más poderoso que tú á tu antagonista;» en lo que parece que adivinó Sila, porque bien pronto, insolentándose Lépido contra él, le hizo la guerra.

Consagró Sila á Hércules el diezmo de toda su hacienda, y daba al pueblo banquetes sumamente costosos, siendo tan excesivas las prevenciones, que todos los días se arrojaba al rio gran cantidad de manjares, y se bebia vino de cuarenta años, y más añejo todavía. En medio de uno de estos convites, que se prolongó por varios dias, murió de enfermedad Metela; y como los pontifices no permitiesen á Sila que entrase á verla, ni que la casa se contaminase con el funeral, le envió por escrito el desistimiento de su matrimonio; y en vida todavía mandó que la trasladaran á otra casa, en lo que guardó escrupulosamente por supersticion lo prevenido en la ley; pero en cuanto á las impensas del entierro no se contuvo dentro de los términos de la que él mismo habia establecido, no perdonando gasto alguno. Traspasó tambien lo que habia prescrito en otra ley acerca de la profusion en los banquetes, procurando templar el llanto con festines y francachelas de mucho regalo y festejo. Hubo de allí á pocos meses espectáculos de gladiatores; y cuando no estaban todavía distribuidos los asientos, sino que hombres y mujeres se hallaban mezelados y confundidos en el teatro, casualmente le cupo estar sentada junto á Sila á una mujer al parecer decente y de casa principal. Era efectivamente hija de Mesala, hermana de Hortensio el orador, de nombre Valeria, y hacía poco que se había separado de su marido. Al pasar por detras de Sila alargó hácia él la mano, y arrancando un hilacho de la toga, se dirigió á su puesto. Volviéndose Sila á mirarla