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Plutarco.—Las vidas paralelas.

humor, diciendo: «Es una crueldad y una tiranía, amados ciudadanos, que yo no haya de poder adjudicar mis despojos, que son mios, á quien me dé la gana.» Mas Lisandro hasta los presentes que se le hicieron los remitió con todo lo demas á sus ciudadanos; y no es esto alabar su becho, porque quizá causó éste más daño á Esparta con la riqueza que en ella introdujo que aquél á Roma con la que le robó; sino que lo traigo para prueba de su desprendimiento. Una cosa bubo propia y peculiar de cada uno de los dos respecto de su ciudad, y fué que Sila, con ser él mismo desarreglado y pródigo, hizo moderados á sus ciudadanos; y Lisandro llenó su ciudad de aquellas pasiones y afectos de que él estuvo más distante. Erraron, pues, ambos, el uno siendo peor que sus leyes, y el otro haciendo peores que él á sus ciudadanos; porque enseñó á Esparta á tener en precio y apetecer aquello que él había aprendido á no echar ménos. Esto es por lo que hace al orden politico.

En los combates y batallas, en los hechos de armas, en el número de los trofeos y en la grandeza de los peligros, Sila no admite comparaciou. Es cierto que el otro alcanzó dos victorias en dos batallas navales, y que puede agregarse á ellas el sitio de Atenas, en sí bien poca cosa, pero al que dió nombre ia fama; mas, sin embargo, los sucesos de la Beocia y de Haliarto, que acaso serian una desgracia, mas parece que deben atribuirse á precipitacion de quien no pudo águardar á que llegaran de Platea las grandes fuerzas del Rey; sino que llevado de la cólera y la ambicion se arrojó temerariamente á los muros, á que unos cualesquiera hombres tenidos en nada, haciendo una salida, le dieran muerte. Pues no pereció de una sola herida mortal, como Cleombroto en Leuctras resistiendo a los enemigos que le oprimian, ni como Ciro y Epaminondas persiguiendo á los que ya cedian y asegurando la victoria, sino que éstos murieron como á reyes y generales correspondia; y Lisandro tuvo la muerte de un escudero ó de un