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Paulo Emilio.

tantos males, procuraba echar á todos, apartándola de si, la culpa de aquella derrota. Entró ya llegada la noche en Pela; y porque al recibirle Euto y Endayo, que eran los encargados del tesoro, le hicieron algunas reconvenciones sobre lo sucedido, y le hablaron y dieron consejos tan franca como inoportunamente, montando en cólera dió por sí mismo muerte á ambos con su espada; con lo que nadie quedó á su lado fuera de Evandro de Creta, Arquidamo de la Etolia y Neonon de Beocia. De los soldados siguiéronle los Cretenses, no tanto por aficion como por golosina de sus riquezas, al modo que las abejas á los panales. Porque era mucho lo que llevaba, y lo que presentó á la codicia de los Cretenses para robarlo, en vasos, fuentes y demas vajilla de plata y oro hasta la suma de cincuenta talentos. Pasó primero á Anfipolis, y de allí despues á Galepso; y como se le hubiese desvanecido un poco el miedo, recayó nuevamente en el más antiguo de sus vicios, que era la avaricia; quejóse, pues, con sus amigos de que neciamente habia abandonado á los Cretenses algunas de las brillantes albajas de Alejandro el Grande, exhortando á los que las tenian, no sin ruegos y lágrimas, á que las cambiaran por dinero. Los que le conocian bien, no dudaron que aquello era cretizar con los Cretenses; mas ellos cayeron en el lazo, y entregándolas, se quedaron sin nada, porque no les dió el dinero; y áun tomó prestados los amigos treinta talentos, los mismos que de allí á poco habian de ocupar los enemigos, y con aquellos navegó á Samotracia, donde fugitivo se acogió al templo de los Dioscuros.

Habian tenido siempre fama los Macedonios de ser amantes de sus reyes; pero entonces, abatidos todos como cuando de pronto falta el apoyo, se entregaron á Emilio, al que en dos dias hicieron dueño de toda la Macedonia; lo cual parece conciliar mayor crédito á los que atribuyen todos estos sucesos á un especial favor de la fortuna. Pero TOMO 11.

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